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Teresa Cid

11/18/2024

Las artes se fueron englobando en un único término: Arte en mayúsculas que adquiere un sentido casi filosófico y abstracto frente a las artes decorativas, llamadas artes menores, entre las que están los bordados. Éstos eran artes manuales sin ninguna connotación de intelectualidad; con el paso del tiempo se llamarán artesanías. Por artes, en plural, el significado sigue rebajándose, pues las malas artes equivalen a argucias, artimañas, trampas… “cosa de mujeres” en contraposición con el arte masculino.

En mayúsculas se aplicaba el término a la arquitectura, la escultura y la pintura: obras en gran formato realizadas con materiales resistentes y sentido de perdurabilidad. Ya a partir del Renacimiento sus autores son personas singulares con un fuerte sentido de autoría que se tienen y son ya considerados como artistas. Son hombres que realizan su trabajo en un entorno alejado y bien diferenciado del hogar y amparados por sus gremios correspondientes.

Sólo se consideraban capacitados para la magna tarea del Arte a los hombres, más dotados intelectual, cultural y cognitivamente que las mujeres. Ellos, como artistas, tenían conocimientos de geometría y matemáticas, además de una larga experiencia en el aprendizaje y por ello podrían llegar a crear un arte singular y culto: su propia obra de arte.

Pero ¿qué pasa con las mujeres? Se las tenía por menos capacitadas sensorialmente que los hombres. Ni tenían el mismo oído sensible y por tanto no aptas musicalmente, ni finura en los demás sentidos excepto el del tacto. Este sentido las hacia más aptas para la obra pequeña, en materiales blandos y copiar o reproducir, pues ni intelectualmente ni culturalmente serían capaces de crear nada singular. Sólo se les atribuía habilidades para relacionarse con el mundo textil; incluso para el delicado cultivo del gusano de seda.

Ya desde el neolítico, el hilado y la rueca era cosa de mujeres y esa dedicación de sus habilidades al manejo del hilo, la rueca y más adelante el bordado y el encaje les confería una cualidad moral de virtud ejemplar y laboriosidad que no obtenían los artistas masculinos por su trabajo.

La recién casada con un patricio romano lo primero que veía al entrar en su nueva casa era la rueca indicando cual iba a ser su dedicación. En la tumba de otra acaudalada romana una inscripción indica como con sus cualidades estuvo la virtud de haber hilado y tejido la lana toda su vida. Otro ejemplo recurrente de moralistas en el siglo XVI y XVII es comparar armas: la espada y el escudo de un caballero con el dedal y la aguja de la dama.

Ciertamente que las artes o habilidades femeninas con el hilo las desarrollaron siempre en su entorno doméstico; en las casas acomodadas desde ese espacio femenino del estrado rodeadas de -cojines, almohadas, reposteros, alfombras, sentadas a la morisca. Desde ese entorno en apariencia aislado, ellas desarrollan sus “habilidades” bordando en ricos hilos de colores intensos en rojo, azul, amarillo y verde por la influencia de al-Ándalus a lo largo de la edad media, y de los moriscos conversos ya en el siglo XVI. Las damas usaban colores e indumentarias típicamente musulmanas, como rasgo de distinción, lo mismo que los musulmanes de al-Ándalus tomaron elementos ajustados de la indumentaria de los cristianos más adecuadas al frio que sus amplias y vistosas capas y pantalones flojos. Esta asimilación cultural se produjo a ambos lados de la frontera durante siglos, con la peculiaridad de que, a las moriscas conversas, pese a sus preferencias por el colorido, se les aconsejaba atenerse a los colores oscuros de los cristianos viejos sencillos.

Parece como si pugnasen el sentimiento: el deseo, el vitalismo y la pasión vinculada al colorido, y la represión: asociada a la racionalidad, la austeridad y el decoro con el color oscuro.

En el bordado femenino, en el tejido, y en la cultura tradicional popular vinculada a lo textil el intelecto no es imprescindible para crear, pues, aunque fueran analfabetas y no supieran de geometría, ni matemáticas, la emoción y el sentimiento son un acicate que les permite innovar motivos y técnicas y emplear la imaginación para usar materiales sencillos y cotidianos, como el pelo, las escamas, las plumas y las conchas en sus labores como en el caso sobre todo de Hispanoamérica. He aquí otra pugna entre los materiales nobles y duros vinculados a cultura y Arte masculino, y los blandos a lo femenino y sus artes domésticas.

Esa virtud que le otorgaba a la mujer el uso de la aguja y el dedal desaparece por completo en el siglo XVIII con la llegada de los Borbones. Las modas francesas ridiculizan la sociabilidad femenina practicada en los estrados. No es virtuoso bordar, es al contrario signo plebeyo: cosa de criadas, pero eso sí, es fundamental ser desenvuelta y lucir adornos caros plagados de encajes y puntillas; aprender los pasos de contradanza; cambiar el rosario por el abanico; el casto velo por la picante mantilla y el encierro laborioso por el paseo ostentoso en coche, los bailes, la música y conocer muchos complicados pasos de la contradanza.

… Deben las madamitas presentarse con desenvoltura puestas las manos atrás o en la cintura, el cuerpo un poquito vencido hacia adelante y repicando el paso…: Los ojos estarán clavados en el currutaco con el que baila… si el currutaco fuese el allegado, esto es, el de las confianzas, podrá hacerle un guiño o un gesto para darle a entender que le tiene en su corazón, volviéndose al acabar la figura, con una amorosa cortesía; pero si fuese currutaco de otro cortejo, al último compás., dará una rabotada de pronto, le volverá la espalda y se irá a buscar a su contra danzante.

Ya en el teatro del Siglo de Oro Lope en La Vengadora de las mujeres dirá:

Pues en algo esta mujer, / si está ociosa, ha de ocuparse. / Dirán que en hacer labor: / No es ocupación bastante, / porque el libre entendimiento / vuela por todas partes, / y no es el hacer vainillas / en holandas y cambrayes, /Oscuras filosofía, / ni la almohadilla lugares / de Platón ni de Porfirio, / ni son las randas y encajes / los párrafos de las leyes.

En el siglo XIX pasan muchas cosas y evoluciona el concepto hasta los feminismos actuales.

Continuará.