DEL CONTENIDO SIMBÓLICO DE LAS LABORES AL DECORATIVO.
INPHI
A las imágenes bordadas se pueden añadir inscripciones, como si fuera un texto. incluso las propias leyendas bordadas en caracteres cúficos se convierten en motivo en tejidos andalusíes medievales; hacen de advocaciones, o lemas para ser vistas y divulgadas, como el tanto monta en oro de las mangas del vestido carmesí de la reina Isabel la católica, o los textos breves extraídos de las novelas de caballería. El contenido epigráfico es evidente, pero también los motivos bordados están cargados de simbolismo y por tanto transmiten un mensaje que en el mundo medieval es de carácter trascendente.
Según avanza la Edad moderna se diluye la significación de los motivos tradicionales y se incorporan temas naturalistas muy decorativos de carácter europeo ajenos a la influencia mudéjar característica tanto del bordado de aguja como del encaje español del siglo XV y XVI.
En el siglo XVIII decae la abstracción y el idealismo vinculados a los motivos geométricos por imperativo de la moda francesa en severa competencia con la española, a excepción de las estrellas de seis y de ocho puntas. La estrella de seis puntas se incorpora a la bandera de Israel y la de ocho puntas por ser omnipresente en el arte y cultura musulmana.
Proliferan en el estilo rococó, las cintas, lazos, lazadas, cestas de frutas, cuernos de la abundancia, guirnaldas, grutescos…, pero en un momento dado todos ellos quedarán desbancados ante la irrupción masiva de nuevos motivos decorativos del hemisferio norte, que como pasó antes con los geométricos, barrieron con todos aquellos que habían tenido un largo recorrido desde Asia Menor, incluso la India, hasta los países mediterráneos en los que la cultura se trasladaba sin obstáculos ni barreras.
Ni el Mediterráneo hizo de frontera, ni los territorios fueron compartimentos estancos, sino que los textiles, con sus motivos y técnicas fáciles de transportar viajaban incorporándose fácilmente a la cultura receptiva de allá donde fueren a parar y hubiera unas mentes despiertas, creativas y dispuestas a asimilarlos directamente, o a adaptarlos con ligeras modificaciones a los temas que venían siendo tradicionalmente bordados.
En la cultura popular, tanto en la tradición oral como en el textil que se desarrolla entre mujeres en el ámbito doméstico, no existe el concepto de autoría ni el de pertenencia, de lo tuyo es tuyo y lo mío es mío. No existen estas barreras ni siquiera en el Renacimiento en que el concepto de autor ya es importante, pero las “artes textiles” tienen un carácter de anonimato, aunque las lleven a cabo las damas nobles. Se inspiran unas en otras, los dechados pasan de mano en mano, se intercambian, y se enriquecen con los nuevos puntos y motivos que se van adoptando.
Las labores de aguja y encaje son casi comunitarias y las mujeres cuando se juntan con sus bastidores y almohadillas enseñan y comparten técnicas y motivos sin esconder sus destrezas, ni ocultar su manera de hacer lo que hacen, ni el cómo llevan a cabo sus puntos, aunque me contaron de una muy hábil encajera de blonda, que cuando terminaba… rompía el picado (la plantilla) que había usado para que a nadie se le ocurriera copiarla, pero no deja de ser un caso anecdótico y tardío.
Otra cosa es la manera de enseñar, se basa en repetir y repetir hasta que le salga a una la cosa bien, sin aclaraciones técnicas, como aprendía el discípulo del maestro. Con los romances y baladas populares ocurre lo mismo: un mismo tema acoge variantes regionales y dialectales conservando la métrica y la rima, y son válidas todas. Cuanto mayor detalle e información, más rica se vuelve la narración, más atractivo se vuelve el romance; pues como ocurre en un bordado. En el mundo de la aguja un tema puede variar respecto al tradicional por influencias exteriores, incluir la novedad, variar el colorido, pero no por ello desmerece el motivo. Buen ejemplo son el tema de las rosáceas y los soles con sus derivaciones. No olvidemos que tejido y texto tienen la misma etimología latina: texere.
Desde este punto de vista la Península Ibérica recibía influencias orientales por la vía del Mediterráneo, europeas por el camino de Santiago, y con al-Ándalus en sus fronteras -más porosas de lo que cabría imaginar en lo referente a las manufacturas textiles y tintes-, el gusto por la exquisitez y refinamiento de los tejidos. En este sentido, la confluencia de temáticas de culturas diferentes se llevó a cabo desde épocas muy tempranas y desde este cruce de caminos que fue España, ¿cómo no se iba a extender desde España, el bordado toledano deshilado a otros países europeos como Noruega y a los virreinatos hispanoamericanos a través de españoles?, ¿o de noruegas afincadas en España, como en el caso de la princesa Cristina Hakonsdatter, hija del rey noruego casada con el hermano del rey Alfonso X enterrada en Covarrubias?
La princesa noruega, aunque murió muy joven, tanto ella como las damas de su corte ¿no bordarían en sus aposentos los motivos toledanos geométricos de tipo mudéjar? No se puede negar el parecido de los bordados hardanger noruegos y los toledanos. En los antiguos y en los actuales.
Las damas de su corte, con más horas de luz que en Noruega y las agujas finas toledanas bien podrían haber recibido los dechados castellanos y sacar de ahí las técnicas. En el oscuro invierno noruego del siglo XIII y sin esas agujas finas ¿podrían haberse iniciado en los deshilados alejados de Castilla? no cabe imaginarlo. Hoy en Noruega a este bordado nacional se le atribuyen orígenes orientales remotos, pero de las damas noruegas que regresaran a Noruega tras la muerte de la princesa, ni pío. Al fin y al cabo, suponer una influencia directa, la castellana, es bastante más plausible que la de los viajeros vikingos.
Lo mismo que con algunas baladas antiguas se pretendía dotar de identidad nacional a un país, fuera o no fueran genuinas, con los bordados el fenómeno es similar. En el siglo XIX no es inusual que determinados países se apropien de un tipo de bordado o encaje y lo traten de autónomo, exclusivo, nacido y criado en unas fronteras cerradas inmaculado de influencias externas.
Y en el mismo fenómeno de globalización del bordado castellano, parecido al de las baladas europeas, ¿no ocurriría lo mismo con la técnica del tejidillo de Navalcán (Toledo), en este caso a través de la mujer del virrey del Perú, Francisco Álvarez de Toledo conde de Oropesa? ¿no seguirían su mujer Doña María de Figueroa y su entorno femenino bordando el mismo tipo de bordado al que estaban habituadas, enriqueciéndolo con el colorido de los hilos locales? Hay bordados hispanoamericanos que recuerdan con colorido más vivo, al bordado de Oropesa y Navalcán (Toledo). Se parecen muchísimo.
NUEVOS MOTIVOS PERTENECIENTES AL MUNDO PROTESTANTE
Cuando el bordado carece de aquella función catequética que pudo haber tenido la geometría en la sociedad mudéjar, es evidente que los motivos naturalistas los sustituyen. Lo mismo ocurre con los cambios sociales en las sociedades protestantes, también dejan su impronta al incorporar nuevos motivos y modelos en el bordado. No podría ser de otra manera, y así es como se introduce el tema del acebo -símbolo de prosperidad en el mundo celta- con sus verdes hojas brillantes y bolitas rojas en manteles y decoraciones navideñas; el muérdago que adoptan los ingleses a partir del siglo XVIII como símbolo de amor; el abeto que significaba la esperanza de eternidad también en el mundo celta- decorado con multitud de bolas de color y luces y velas; los gnomos, y los renos y trineos, y el papa Noel y los regalos bajo el árbol de Navidad, las medias de lana con regalitos colgadas de las chimeneas de los salones de las casas, cerca del árbol; así los vemos en las películas americanas. Nuestros Reyes Magos eran más parcos y más discretos que el Papa Noel finlandés.
El hemisferio norte desbanca al hemisferio sur. Desaparecen el olivo, la higuera, la palmera, la hoja de acanto, la parra, especies mediterráneas cargadas de simbología asimilada por el cristianismo y que el catolicismo vinculaba -en el caso de la vid y las uvas- a la eucaristía, como desaparecieron antes de las labores los cuadrados, rombos, triángulos y círculos.
Al parecer es como si la estética protestante hubiera borrado los elementos tradicionales sustituyéndolos, en un primer momento en el lienzo, y desvinculándose completamente de la etimología texere y del tejido después, para dedicarse con frenesí a iluminar la oscuridad de diciembre y explotar en la alegría del consumo navideño y el día de Navidad. También el elemento narrativo en la canción popular se ha desvinculado de su etimología vinculada a texto.
Y una vez desvinculados los motivos protestantes del contexto del lienzo la temática del hemisferio norte se apropia invasivamente de la decoración de las casas, de los escaparates, de las oficinas, calles, plazas... Todo bendito espacio público se decora con los motivos navideños del hemisferio norte también en aquellos lugares en los que ni nieva, ni hay abetos, ni renos. Se llenan las ciudades de luces con temas que antes se considerarían remotos y, por tanto, desconocidos Y toda esta “liturgia” de imágenes decorativas navideñas ha remplazado definitivamente la etimología por el marketing que es mucho más poderoso a la hora de convertir los motivos en mercancía y lo sagrado en negocio.