Vivir
Vivimos tiempos de confusión; no es nuevo; quizá... SIGA LEYENDO
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Marcelino Lastra Muñiz
9/11/2024
Vivimos tiempos de confusión; no es nuevo; quizá lo sea la intensidad.
El sabio aragonés, Baltasar Gracián (1.601-1.658), nos muestra el camino de la vida: el saber. Para él, la vida no es un continuum cronológico. Vivir es el ejercicio cotidiano de la sabiduría. Sin ella, la vida sería apenas puro desgaste biológico.
El vivir sólo se justifica por aquellos que saben vivir, y la fórmula graciana es clara: “Tanto se vive cuanto se sabe”.
Gracián fue un absoluto convencido de que nada admite una interpretación única. Por eso hay que desplegar una compleja sabiduría capaz de enfrentarse a un mundo forjado a partir de apariencias, tramas engañosas, listas a destruir cualquier voluntad inadvertida.
Gracián fue un ferviente admirador del teatro de Calderón de la Barca (1.600-1.681). Quizá porque consideraba que la vida es una representación engañosa, y denunció la fragilidad de las representaciones nacidas a través de percepciones sensoriales.
Gracián entenderá que la vida lo es por estar compuesta de contrastes, tal y como aprendiera de Séneca al estudiar sus Cuestiones morales. Estará de acuerdo con Critilo en que “todo el universo se compone de contrarios y se convierte en desconciertos”. E influido por el gran humanista español Francisco Sánchez de las Brozas (1.523-1.600), “el Brocense”, y sus tesis sobre lo aparente, incorporará el razonamiento dualista a fin de comprender el oficio de vivir.
En su recurso dialéctico elaboró diversas dicotomías: máscara-verdad; ser-parecer; pensar-obrar; ver-entender; juicio-ingenio; sustancia-circunstancia; persona-personilla, que le sirvieron para forjar sus descubrimientos más importantes. Y para él, la gran dialéctica, variedad-contrariedad, sería armonizada por el gran Moderador de todo lo creado.
Este gran hombre enterrado en el olvido, como tantos y tantos de nuestra fructífera historia, asumió el principio tridentino del pecado original como inapelable categoría de lo humano, lo que le llevó a admitir el planteamiento de Plauto de que el hombre es un lobo para el hombre.
“Hay a veces entre un hombre y otro casi tanta distancia como entre el hombre y la bestia; si no en la sustancia en la circunstancia; si no en vitalidad en el ejercicio de ella” –Expresaría al advertir que el mundo que le había tocado en suerte estaba anegado de corrupción. Y se dirigirá al hombre que conserva alta su dignidad humana para exigirle lo que sabe no puede exigir a quien ha decidido degradarse al estrato animal: que se ennoblezca a través del conocimiento de sí mismo, que busque hasta encontrar su centro.
Gracián sabía, como Cervantes, que aquellos “siglos dichosos” en los que quienes vivieron en ellos “ignoraban las palabras tuyo y mío”, habían dejado de existir, si es que existieron alguna vez.
Por todo ello, Gracián se convirtió en un militante combativo contra la malicia.
El hombre enfrentado al hombre-bestia; la corrupción como fórmula de degradación humana, y el engaño a través de crear realidades tramposas para los sentidos, hicieron que nuestro gran maestro se revolviera buscando una manera de ayudar al hombre íntegro, pues sabía que el otro, su contrincante, el hombre-bestia, no atendería a razones.
La principal preocupación de Gracián es que el hombre íntegro sepa interpretar una realidad a todas luces engañosa y actuar en consecuencia.
Los instrumentos a los que apelará a lo largo de toda su obra serán: la inteligencia, la erudición, la cultura y la experiencia, utilizados de forma esforzada y permanente, pues las tramas engañosas no descansan, y su finalidad es destruir las voluntades despistadas, ingenuas, bienintencionadas; en suma, inadvertidas.
Como buen jesuita, Gracián era un militante en términos casi castrenses. El paso a la acción, una vez desenmascarado el entramado, no debe ser bobalicón, ni admitir dudas, ya que se trata de la supervivencia, o del hombre-humano, o del hombre-bestia.
Al igual que Maquiavelo, fue admirador de Fernando el Católico, al que reconocía una gran inteligencia y conocimiento de las cosas, que le hicieron poseedor de una enorme astucia para desenredar situaciones inverosímiles y actuar con determinación cuando había sido necesario.
En suma: Vivir, para Gracián, es aprender a interpretar la realidad para salir airoso de ella, mediante el conocimiento, cuestionando las percepciones sensoriales.
Hoy, como entonces, el mayor riesgo es confundir la realidad con lo que captan nuestros sentidos. No sé si estaremos muy dispuestos a combatir el engaño buscando la sabiduría, como aconsejaba el maestro aragonés.
«Hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe»
Baltasar Gracián. Oráculo manual y arte de prudencia